Ya no recuerdo cuantos años hace que vi una moto y sentí un escalofrio. Imagino que fue por allá a finales de los 70, cuando el que escribe no levantaba un palmo del suelo, probablemente antes incluso de aprender a hablar yo ya me fijaba en las motos. Me fascinaban. Imagino que también tuvo que ver la afición a ellas por parte de mi padre, como simple mirón, todo hay que decirlo, pero aficionado al fin y al cabo.
El caso es que tuve que esperar 19 largos años para tener mi primera "montura" de dos ruedas propulsada a motor. Nada más y nada menos que una Derbi Variant Sport R que con la excusa de que me tenía que servir para ir al instituto, me sirvió también para hacer mis primeras rutas con otros amigos con "motos" de 49 cc. Ni que decir tiene que de la moto que compré a la que vendí había una considerable diferencia de prestaciones debido a las modificaciones que todos acabábamos haciendo en aquellas sufridas pequeñas. Qué tiempos y cuantos buenos recuerdos...

Pero al cabo de un par de años, sentía que necesitaba más, algo más... Coincidiendo con mis primeros ingresos, empecé como empiezan todos los que buscan cambiar de montura: visitar uno tras otro tantos concesionarios como podía, soñando encontrar una "ganga" de segunda mano, acorde a mi economía, que supusiera un paso adelante.
Y encontré, finalmente, lo que andaba buscando. Se interpuso en mi camino una Honda NS-1 (la sustituta de la mítica Honda NSR) con menos de 9.000 kms, impecable excepto porque le faltaba un retrovisor, pero por lo demás estaba como salida de fábrica. Ni me lo pensé, fui directo al cajero, dejé mi pobre Variant a cuenta y salí montado en la Honda, pensando "¡¡Qué bajos están los manillares!! ¡A esto no me acostumbro ni en 100 años!" Nada más lejos de la realidad, al cabo de pocas semanas ya disfrutaba como un enano con ella y a día de hoy tendría serias dificultades para decir con cual de las dos motos, la Variant y la NS-1, disfruté y aprendí más.

Tras muchos, muchos años con ella, y un buen trecho de kilómetros recorridos, finalmente me decidí a venderla, cosa de la que hoy en día me arrepiento. Pero de nuevo necesitaba algo más. No quería una super deportiva con un montón de caballos, eso lo tenía claro, pero las motos que me gustaban de verdad eran todas antiguas, motos con al menos 10 años en el catálogo, no veía nada nuevo que me atrajese lo suficiente como para decidirme, excepto cuando me encontré un día en una revista la que finalmente fue la sustituta: la Hyosung GTR250. Casi un año buscando información para tener la certeza de no equivocarme (¿Hyosung? ¿Eso qué es?) hasta que me di cuenta que la mayoría de gente que la tenía hablaban maravillas de ella, así que me lancé de nuevo a la piscina y me traje del concesionario mi flamante GTR250 nueva, roja, casi una Ducati en miniatura (el casi es kilométrico, vale). También, por aquello de quitarme

el mono de correr de verdad sin riesgos me hice con una minimoto, una Polini 911 con la que me metía en los circuitos de karts e incluso corrí alguna que otra carrera en el circuito del Javi Club en El Vendrell. Fué divertidísimo mientras duró, esa adrenalina corriendo por tus venas, el corazón a 1000 justo antes de que se diera la salida de la carrera.. hasta que me fisuré 2 costillas en una caida! Ahí es cuando decidí que a lo mejor estaba mayor para ir haciendo el borrico por los circuitos...

A día de hoy, sigo teniendo la Hyosung, y con cerca de 20.000 kms a sus espaldas, no puedo decir una sola palabra mala de ella y aunque este blog no está pensado para alabar las bondades de la coreana, creo que es justo comentarlo ya que uno por internet lee auténticas tonterías de presuntos moteros que creen que lo saben todo y, lo que es peor, a los que otros que saben menos acaban haciéndoles caso.
Pero a medida que iba haciendo kilómetros, por cosas de la edad o de lo que sea, seguía sintiendo que el tipo de moto que quería no era exactamente el que tenía. Con la Hyosung disfrutaba y disfruto mucho, muchísimo, corría lo que quería y era perfecta para el uso que yo le daba, pero necesitaba algo.... y aún no sabía lo que era.
Creo que la chispa que hizo saltar la idea fue la visita a un salón de la moto clásica que se celebró en Reus hace un tiempo. Siempre me habían gustado TODAS las motos, incluidas las clásicas, pero francamente nunca me había planteado tener una.
En ese salón vi algunas preciosidades que me causaron una magnífica impresión. No sólo había clásicas, también había neoclásicas como las Royal Enfield, con la Clubman incluida, Guzzis y la que me robó completamente el corazón y me hizo volver definitivamente loco. En el stand de

Triumph vi primero la Bonneville. Su sencillez de lineas me encantó. Creo que no había visto nunca esa moto, y si la había visto no había sido durante el suficiente tiempo como para prestarle la atención que en ese momento le estaba pudiendo prestar. Como digo, me encantó, pero un poco más allá vi algo mejor aún... La Triumph Thruxton. La vi, y supe que era la moto que quería, me enamoré al instante. Una moto clásica pero con intención claramente deportiva, sencilla, simple, pero preciosa. Me volví completamente loco, tanto que incluso fui a verla al concesionario (error!!), me dejé pegar el rollo por el vendedor, me subí en ella (más error!!), busqué en internet más información, me configuré la que me gustaría en la página de Triumph....... No podía ser, ¡no podía seguir así!

Lamentablemente, había dos cosas contrapuestas: mi soñada Thruxton y mi maltrecha economía. Y parecía que no había un punto de unión entre las dos cosas, no había manera de encajarlas así que me puse a buscar alternativas.
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